Es común, durante el mes de julio, estar detenida en una bocacalle esperando que baje un arroyo. Si la lluvia nos topa en pleno espacio público, ojalá nadie nos esté esperando, porque la paciencia debe ser nuestro mejor aliado para evitar cualquier desastre. A veces, faltando a la inteligencia vial, creemos que por experiencia conocemos el nivel de la escorrentía y podremos esquivarla cruzando el arroyo a una velocidad y con un zigzag debidamente probado. Pero los cálculos pueden fallar, y Dios nos guarde si esto sucede.
Penoso que en ésta, la ciudad de las oportunidades, en pleno siglo XXI, los desenfrenados arroyos arranquen bebés de brazos y hagan desaparecer a jóvenes y adultos de la faz de la tierra, depositándolos en los caños, donde de no existir Manolo, ‘el buscador submarino’, esos cuerpos jamás se encontrarían. Este grave problema de los arroyos no sólo es de Barranquilla, también lo es de Soledad y Malambo, ubicados todos en el delta del Río Magdalena, donde van a parar todas esas escorrentías, falda abajo hasta la desembocadura. Como es natural, y la naturaleza es sabia: el agua busca su salida.
Cada año, cuando llega el invierno, el arroyo arrasa con doscientas o más viviendas, y se declaran damnificados a quienes ya lo eran antes de que cayera el aguacero, o sino, ¿cómo se puede llamar al que corre inmerso en las aguas turbulentas detrás del colchón y los chécheres, cuando no del hijo más pequeño que se está ahogando? Cada año, cuando llega el invierno, hay niños que mueren bajo las aguas de la indiferencia. Cada año, cuando llega el invierno, los gobernantes de turno –no importan sus nombres, ¿quién ha dicho que la historia de una ciudad tiene algo que ver con los nombres de sus alcaldes?–, decretan una falacia lógica, un sofisma de distracción llamado ‘Emergencia Invernal’
Editorial: El Heraldo
Volver a decir lo mismo es, literalmente, llover inoficiosamente sobre mojado. Pero hay que decirlo, reiterarlo, gritarlo a los cuatro vientos, no conformarnos a que Barranquilla sea una pobre ciudad desguarnecida ante la furia de un invierno inusual. Tras un verano que se antojaba demasiado largo, ha llegado un invierno furibundo e impetuoso, que no parece tener deseos de calmarse.