Quiérase o no, el hombre es un ser más o menos indefenso ante las fuerzas de la naturaleza, muy pocos de cuyos grandes, devastadores golpes pueden prevenirse ni siquiera en casos como el de la Falla de San Andrés, en el estado de California, Estados Unidos, en donde se presume científicamente como inevitable el devastador terremoto que provocará el choque de las plataformas tectónicas. Tornados y huracanes con su secuela de inundaciones devastan periódicamente extensas regiones del mundo, como acaba de suceder en el Norte de Europa, pese a las previsiones de los meteorólogos de esos países desarrollados que estamos acostumbrados a considerar precavidos contra esos fenómenos
Llegaron las lluvias y con ellas los problemas. Los arroyos que cruzan la ciudad y que más que torrentes encajonados parecen prolongación del río Magdalena, paralizan el tránsito de vehículos y peatones, las ventas del comercio, la ciudad toda, además de que representan peligro inminente para el desprevenido transeúnte que caiga en ellos. La experiencia sobre el particular es larga y dolorosa. Como que aún la sociedad lamenta la trágica desaparición de valiosas unidades de su seno, que encontraron la muerte en medio de las turbulentas aguas de los arroyos. En los barrios pobres, donde habitan las gentes de los bajos ingresos, la situación es más dramática. Y anoche mismo las autoridades se encontraban afrontando el problema de más de doscientos personas que perdieron sus pocos haberes durante la violenta inundación de Siape y sectores aledaños.