Por: Alfredo de la Espriella


Aunque parezca exagerado, todos los habitantes de esta urbe “procera e inmortal” sabemos que los arroyos barranquilleros son “ceñidos de agua y madurados al sol” colosales, para alquilar balcones. Nuestros arroyos bajan con una fuerza hidráulica diabólica. Arrastrando cuanto encuentran a su paso, más lo que le arrojan, alegremente, las comadres del pueblo como si fuera el carro de la basura municipal.

Siempre, este fenómeno ha paralizado a la ciudad, donde llueve, aproximadamente siete meses al año, particularmente, de abril a noviembre, con tipos diferentes de aguaceros. Desde el monótono “chis-chis” que llaman cuando las nubes se ponen perezosas por el mes de junio cuando llega radiante el “Veranillo de San Juan” con su cortina de solaz, hasta que arreciando poco a poco en julio y agosto, desata después las tempestades de septiembre y octubre. Particularmente, este mes bravo, cuando antes era inmancable y se esperaba con susto el “Cordonazo de San Francisco”, el día 4, consagrado a la veneración del “Poverello” de Asis, cuya procesión se dañaba y había que llevarla a cabo dentro de la Iglesia. Rayos y centellas espectaculares. Truenos y diluvio universal.

En los tiempos de la vieja “Arenosa”, las calles estrechas y los sardineles altos, precisamente, para evitar que el agua se metiera en los zaguanes de las casas, había que esperar después de la lluvia buen rato para poder salir, pues, se enchumbaban las calles y callejones, y no pasaba, como se decía entonces, ni Mandrake, el mago aquel pasado de moda.

Ni el tranvía de mulas podía arriesgarse, pues, las bestias no sabían nadar, y se podía descarrillar el aparato. Se pusieron más tarde de moda, los autobuses “Brockway”, la última palabra en servicio público moderno con capacidad para veinte personas, muy bien acomodadas, como si estuvieran en su propia casa. Tampoco podían vadear los arroyos.

Tenían que esperar que bajara el agua. Ningún chofer, por más hábil y diestro que fuera iba a hacerle frente a un arroyo de “La Paz”, o a los de “Rebolo”, “El Sello”, “La María” o el de la calle “Felicidad”, los más tremendos.

La misma calle “Ancha” se transformaba en una laguna. Pretexto infantil para que los pelaos del pueblo, apenas pasado el chubasco, se divertían bañándose en cueros en la vía pública, como otros allá en el patio de su casa gozando la regadera que la canaleta botaba, aprovechando muchas mamás para despercudirlos que se enjabonaran con los famosos “Mano blanca” que quitaban la mugre en un dos por tres.

La lluvia, como los arroyos, eran todo un “Show” en Barranquilla. Y todavía lo son. Y...¡Sálvese el que pueda! si se lo coge en su carro, en el bus o a pie. Gente imprudente ha ido a templar al Caño de Las Compañías. y R.I.P.

En 1936, los empresarios italianos, señores Bassi, propietarios de la empresa “Cudebus” importaron cuatro magníficos buses. La última palabra en transporte urbano. Causaron sensación. Pintados de rojo y verde, como también de azul y blanco, para distinguir las líneas convenidas con la Dirección de tránsito que ya había instalado desde 1928 los primeros “faros” que ahora llaman semáforos. Había desaparecido el viejo Tranvía de mulas.

También las “chivas” Brockway que don Luis Pérez Chacón importó, a las cuales la picardía popular llamó así, por el “claxon” o pito de los vehículos que sonaban como el balido vulgar de estos animales...bee...beee!

Como aquí a todo le ponen remoquete no bien empezaron los buses modernos a circular —“Prado-Boston”— “Delicias-Olaya”— “Caldas-Recreo” la gente empezó a llamarlos “Góndolas” dizque porque vadeaban muy bien los arroyos, navegaban sobre las olas de las corrientes, y como si fuera en Venecia, pues, les endilgaron el romántico nombrecito. Además, pusieron a funcionar, con permiso de la Alcaldía, radios en el bus, sintonizando, por supuesto los programas selectos de las estaciones de entonces “La Voz de Barranquilla” de Elías Pellet, la “Emisora Atlántico” de los Hermanos Blanco Solís y “La Voz de la Patria” de don Clemente Vasallo.

Música selecta, y popular escogida, que los pasajeros gozaban, pues, aquellas emisoras ofrecían siempre programas de categoría. Más tarde empezó a corromperse la sintonía, y hasta en el mismo circuito de los buses colocaron unos timbres repelentes que el mismo chofer, alborotado, porque se lo iba a coger el tiempo que tenía señalado por el Tránsito que controlaba el paseo, le zampaba la chancleta al aparato, ponía la radio con más volumen y los pasajeros tenían que gritar ¡Próxima!...¡Próxima! y aquel aparato, como un bólido, no paraba sino dos cuadras arriba. Empezó el relajo. Y subió el pasaje. De cinco centavos que costaba antes, lo subieron a diez.

La picaresca popular cuando estos chócoros empezaron a envejecer y los ponían por allá al servicio del Mercado, los llamaban “Guaraperas” o “Calderetas” que, en verdad, ya lo eran. Se varaban a cada rato.

Para la década de los treinta la mayoría de las arterias barranquilleras están pavimentadas. La campaña se inició con las Empresas Públicas Municipales, a la cabeza de la cual figuraba Mr. Samuel Hollopeter, un gringo dinámico que le abrió rutas a la ciudad, la modernizó, particularmente en su nomenclatura. Ya no había que llamar más “Tumbacuatro” ni “Salsipuedes” a los callejones antiguos sino por numeración de sur a norte. También ya estas vías, ampliadas, disfrutaban del transporte urbano moderno. No obstante, tampoco debían arriesgarse, porque la corriente era fuerte y mejor era esperar que calmara la lluvia y bajara el arroyo.

Sólo los barrios de “El Prado”, “Boston” y “Delicias” no sufrían las consecuencias de estas corrientes pluviales. Con el correr de los años y las nuevas urbanizaciones que se fueron abriendo por la parte alta de la ciudad fueron empujando, digámoslo así, aquellos caudales hasta el punto de contar con un nuevo arroyo criminal como el del “Country”. Y por el Sur, el de “Rebolo” que todos los años deja saldos lamentables.

Pero, todavía es la hora que la gente no aprende. Y, a pesar de tantos accidentes y tragedias, campañas de promoción y advertencias, conductores arriesgados se le miden a esos arroyos pavorosos, que braman, con las consecuencias conocidas.

Hace más de cinco lustros, la Alcaldía Municipal se le midió al problema y decidió construir unos puentecitos de emergencia que han servido mucho, aunque, estéticamente sean reprochables. Pero, no había plata para construir alcantarillado ni tampoco para obras maestras de la ingeniería urbana que necesitaba la ciudad para resolver su problema fatal.

Ahora se piensa, dentro de este dinámico ejercicio municipal por encontrarle solución definitiva a este problema agudo. Se propone importar un servicio moderno llamado “Transmetro”. También se están construyendo, en buena hora, Puentes que reclaman el servicio en zonas de mucha afluencia y esperamos, conociendo la capacidad y dinámica de quienes están al frente de esta solución, que las obras no sólo resultarán redentoras, sino dignas del mismo paisaje urbano de la ciudad y de quienes lo proponen.

Teniendo en cuenta la fuerza de las corrientes, la velocidad y caudal de las mismas, si los nuevos vehículos superan esta crisis, no dudo que la picardía local, así como llamaron años atrás “Chivas”, “Góndolas” y “Guaraperas”, a éstos nuevos y flamantes vehículos los llamen “Transarroyos”.

Bienvenidos, pues, y que ¡llueva, que llueva Virgen de la Cueva! como imploraban antes los campesinos, y ahora en plena vía pública los honestos trabajadores del rebusque que se salvan en una tabla ganándose unos pesos permitiendo a la gente pasar la emergencia de una acera a otra, sin mojarse los botines. Manes del folclor que tiene en los aguaceros, también, una imagen imponente, típica y fantástica de nuestras tradiciones vernáculas.

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