Por: Moisés Pineda Salazar

La visión que se posea del territorio, determina la comprensión de los problemas que se originan o se desarrollan en su contexto físico. El siguiente caso me permite ilustrar la idea:

Alguna vez, un político en trance de reelección me planteaba, muy seriamente, una solución de ingeniería que, a su modo de entender, seguramente resolvería los problemas de agua que aquejan a los municipios de nuestro departamento. Desplegó sobre mi escritorio un mapa en el que había resaltado los innúmeros cauces de corrientes interiores que vierten sus aguas en el Río Magdalena. Muy serio, me dijo:

- Mira, qué cantidad de agua dulce la que desperdiciamos… Mira toda la cantidad de agua que se vierte en el Río Magdalena a través de los arroyos…

Yo no alcanzaba a entender hacia dónde podía derivar aquella propuesta como no fuera a la construcción de diques y exclusas que permitieran desarrollar el concepto de “cosecha de agua”. Pero, yo estaba equivocado y bastante equivocado pues, sin dar respiro, me espetó:

- Si el problema es que el agua que transportan los arroyos se vierte en el Magdalena, la solución que tenemos que implementar es que las aguas del río entren a los arroyos y estos ¡¡corran a la inversa!!! Con eso, siempre tendremos agua y las plantas de tratamiento de los acueductos locales se harían más cerca de los cascos urbanos...

Lo dijo con tal convicción, con tanto énfasis, con un tono tan honesto en la voz y un gesto tan vehemente, que me dio pena contradecirlo y hacerle notar la imposibilidad física de llevar agua del río al interior del Departamento, como no fuera por el conocido sistema de ciénagas y anegadizos que dieron origen al Embalse del Guájaro, a orillas del Canal del Dique. Le prometí que estudiaría su propuesta y que le organizaría una iniciativa normativa para llevarla a debate ante la respectiva Corporación.

Gracias a Dios, las tensiones y conflictos políticos del momento permitieron sacar aquella propuesta de de la Agenda Oficial, sin mayores sobresaltos.

EL TERRITORIO DE BARRANQUILLA: Serranías, Sabanillas y Sabanitas Barranquilla no es una ciudad asentada en una planicie; aunque esa sea la percepción más difundida entre la población.

La nuestra es una urbe que ha sido levantada sobre las dos vertientes de una pequeña serranía, cuyas suaves pendientes bajan hasta las Tierras de Sabanilla- al noroccidente- y desfallecen en una angosta sabana que define las riberas del Magdalena de sur a norte, en el oriente, conocidas de antaño como las Sabanitas de Camacho.

El filo de este pequeño sistema de montículos, que corre de occidente a oriente, es la llamada carrera 38 cuya máxima elevación se ubica en el llamado Tanque de las Delicias desde donde descienden hacia Juan Mina y las tierras de Sabanilla en sentido general occidente y hacia los Caños del Río que están en el levante y a los Médanos de Siape y de La Concepción al noroccidente. Así las cosas, la hipótesis que planteo es la de que cuando sus residentes desarrollemos una visión del territorio quebrado en el que Barranquilla ha sido construida, entonces seremos capaces de percibir que los arroyos son parte del entorno natural de una ciudad. Entenderemos que “La Arenosa” tiene en ellos un sistema de drenaje que conduce las aguas de lluvia hasta el río y el mar, pasando por jagüeyes, reservorios, eneales, humedales, ciénagas, caños y anegadizos que cumplen con la función de restarles fuerza, volumen y velocidad a los torrentes, atemperando su capacidad de destrucción.

Cuando tengamos esa visión de una ciudad construida sobre un territorio quebrado, que posee un sistema natural de drenaje, de escorrentías y de mitigación de aguas pluviales que corren falda abajo, entonces será posible que construyamos un complejo cultural distinto a este en el que los arroyos son vistos como los “enemigos del progreso“, como uno de los factores que le restan competitividad a la ciudad y que, por lo mismo, “deben desaparecer”.

SISTEMAS de MITIGACION de INUNDACIONES: Humedales, Caños, Ciénagas, Eneales, Jagüeyes, Reservorios.

Esta visión de los arroyos de Barranquilla como una parte del entorno natural de la ciudad, nos permitiría entender que su comportamiento es consecuencia y no causa. Que detrás de sus caudales, su velocidad y su capacidad destructiva, está la acción antrópica, la intervención del hombre.

Si comprendiéramos que los arroyos de la ciudad son parte de su sistema natural de drenaje, entenderíamos por qué en Barranquilla antes no se presentaban las inundaciones que hoy se dan en el Poblado de Medellín, en el Centro Internacional de Bogotá, en los Barrios del Oriente de Soledad o en Nueva Orleans y por qué se presentan hoy en la Sabanilla y en las Sabanitas.

Si estuviéramos convencidos de que los arroyos de la ciudad en Barranquilla son parte integral de un sistema natural de drenaje, entenderíamos que su caudal, la velocidad con la que corren y la fuerza que contienen sus aguas, son producto de una creencia según la cual “el pavimento civiliza”.

El poder de esta creencia ha llegado al punto en el que los sistemas de construcción de vías en concreto rígido, los patios cubiertos con cemento, los jardines, antejardines, parques y retiros municipales embaldosados, hoy aportan un 20% de aguas lluvias a los arroyos que diez años atrás era absorbido por la “capa blanda” de la ciudad.

El problema es más agudo si se considera que la disminución del área blanda trae consigo un aumento en la temperatura de la ciudad lo que se traduce en nuevos riesgos asociados con un aumento en la frecuencia e intensidad de tornados y huracanes en las zonas urbanas.

Si entendiéramos aquello, nos opondríamos a la actividad de los constructores que rellenan humedales en la zona de Las Malvinas, El Pueblito, California, La Pradera, El Vesubio, Pinar del Río y San Pablo, porque con ello aumentan los caudales de los principales arroyos de la vertiente occidental: Santodomingo, Hondo, Grande, Granada, León y Grande de La Playa. De esta manera, los volúmenes de agua que antes se quedaban en los humedales, jagüeyes, eneales y otras zonas inundables que han sido rellenados para construir bodegas y negocios, ahora llegan a estos arroyos; sus cauces son incapaces de contener las avenidas y por eso se inundan las zonas bajas conocidas como Cuba, El Pelú y Caujaral colmando la capacidad de mitigación de la Laguna del Cisne y de la Ciénaga de Mallorquín.

Si las autoridades entendieran el fenómeno en estos términos, frente a los estragos de los desbordamientos que generan centenares de afectados seguramente no dirían: “necesitamos colchonetas, ropa, kits de aseo y alimentos” sino que “es necesario proteger los humedales, dragar Mallorquín, El Cisne, los reservorios y jagüeyes, limpiar los cauces de los arroyos, dragar y rectificar los caños. Es indispensable que cada vivienda le devuelva a la ciudad, por lo menos.