Octubre se nos ha entrado con sus lluvias y con sus tempestades. A la ciudad soleada y ardiente, sigue la interminable fuga del agua que deja de ser cantarina para convertirse en el espectáculo dantesco de los arroyos, en el factor perturbador del cansancio de sus arterias vitales. Octubre ha llegado de nuevo, amenazante, con sus lluvias torrenciales y con su monotonía de sus tardes calurosas y grises. Las gentes ahora se preguntan con angustia y con pavor, si en este año, como en los anteriores no se registrarán muertos. Y a esta pregunta vana, nadie responde. Lo cierto es que en cada mirada hay un ritus mefistofélico, casi espantado.
Es que en las calles las gentes se sienten amenazadas por los crecidos arroyos que atentan contra la vida, contra las formas de la urbe. Y mientras nadie confía y la expectativa crece todos los días, la administración sigue tan campante, los ediles tan risueños y juguetones, que todavía nada les conmueve para continuar en sus escondidas, en sus juegos de niños terribles en una corporación que es el centro vital de la administración de la ciudad. Dios quiera que la pasión maldita de esos arroyos. Que son cosas, pero que a veces accionan como si se tratara de seres que sienten la pasión implacable de la venganza, en este año no nos traigan nuevos desastres. Entonces será menester continuar esperando hasta que las benditas administraciones municipales se recuerden de que hay un plan retrasado, cual es el que se relaciona con el problema de los arroyos, aún vigente y peligroso para la ciudad de Barranquilla.
Fuente: Diario del Caribe p.4